El verano invita a leer, así que aquí os presento otro libro interesante que ha caído entre mis manos. Se trata de un ensayo dedicado al legado cultural de Homero, cuyo autor, Bernardo Souviron, me era completamente desconocido.
Mis conocimientos sobre la obra homérica hasta haber encontrado este trabajo era insultantemente precarios. No me refiero a desconocimiento sobre los personajes o las tramas de la Odisea y la Ilíada, sino al análisis en profundidad de la información que nos proporcionan estos referentes culturales de Occidente respecto de las sociedades micénicas de las que proceden. Souviron entra en la psique del señor de la aristocracia micénica a la que van destinados los versos de la destrucción de Troya y el posterior periplo de retorno de Ulises. Argumenta que, con la entrada de los pueblos indoeuropeos en la Hélade de finales de la Edad de Bronce se crea una cultura, muchos de cuyos elementos han permanecido hasta nuestros días. Recomiendo especialmente el capítulo dedicado a la concepción de la mujer en este sentido.
Como me sucede habitualmente en materias vinculadas con el período de la antigüedad, no dispongo de información suficiente para contrastar la mayor parte de las afirmaciones que apunta Souviron. No conozco suficientemente los elementos culturales de los pueblos indoeuropeos cuando, por ejemplo, los compara con los minoicos, a los que presenta en ocasiones de forma ingenuamente idealizada. Este último punto es el único que me hace fruncir ligeramente el ceño a la hora de valorar el trabajo en su conjunto.
Llegados a este punto, debo confesar, para mi vergüenza sin límite, que no he leído la Odisea ni la Ilíada. Lo sé, no merezco vuestra consideración. Pero miradlo por el lado bueno, ahora ya no tengo excusa para no hacerlo.
Os lo recomiendo.
Como me sucede habitualmente en materias vinculadas con el período de la antigüedad, no dispongo de información suficiente para contrastar la mayor parte de las afirmaciones que apunta Souviron. No conozco suficientemente los elementos culturales de los pueblos indoeuropeos cuando, por ejemplo, los compara con los minoicos, a los que presenta en ocasiones de forma ingenuamente idealizada. Este último punto es el único que me hace fruncir ligeramente el ceño a la hora de valorar el trabajo en su conjunto.
Llegados a este punto, debo confesar, para mi vergüenza sin límite, que no he leído la Odisea ni la Ilíada. Lo sé, no merezco vuestra consideración. Pero miradlo por el lado bueno, ahora ya no tengo excusa para no hacerlo.
Os lo recomiendo.
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