martes, 30 de diciembre de 2008

Me tomo unos días

Hermanos míos,

Después de haberos abierto mi corazón de par en par durante las últimas 3 entradas, me tomo unos merecidos días de vacaciones. La próxima entrada será ya entrado el próximo año 2009. Tengo planes ambiciosos para el año próximo, y espero poderlos llevar a cabo de la mejor forma posible.

Mientras tanto, gracias por haberme seguido este 2008, que paséis una buena Noche Vieja y feliz 2009.

sábado, 27 de diciembre de 2008

Por qué soy Landmeister. Tercera, y última, parte.

Una vida dedicada a un ideal tan épico como inalcanzable, la conversión de los paganos, de todos los paganos. El reconocido prestigio social de sus contemporáneos fundado en un ethos militar y en una cultura de uso de la violencia aceptada como mal indispensable para obtener un bien a largo plazo. Un esfuerzo colectivo que borra el nombre del individuo concreto para destacar únicamente el de aquello a lo que pertenece y que está por encima de él, la Orden. Una vida de sacrificio permanente, diario, fundada en la renuncia al amor mundano (cuando no al amor, en general), y por tanto, en última instancia…una vida estéril.

Cuando tienes quince años y buscas modelos de referencia con los que identificarte, haces extrañas elecciones. Yo escogí a los Hermanos la Domus Hospitalis Sactæ Mariæ Teutonicorum, nombre oficial de la Orden. Mi vida era como la suya. Una gran capacidad de sacrificio, con un destino superior en un futuro de naturaleza casi mítica…pero en el fondo estéril. Por eso me gusta la Orden todavía hoy. Pienso que la historia de la Orden podría ser aprovechada a bastamente por una literatura de visión psicológica. A lo mejor algún día lo hago yo.

Ya para acabar, ¿por qué un simple Landmeister y no el Hochmeister? La respuesta está en sus funciones. El Hochmeister del siglo XIII (en mi opinión el más interesante de la Orden) debía ser un político nato en mayor medida que un líder cruzado. Era quien debía intermediar entre el Papa y el Emperador. Era quien debía estar haciendo complejos y delicados equilibrios diplomáticos entre Polonia, Lituania, el Imperio, Dinamarca, la Liga Hanseática, la corte Papal y tantos otros contendientes de la geoestrategia internacional. Debía viajar de corte en corte para recabar apoyos políticos, reclutar nuevos cruzados, solicitar favores…o devolverlos. Una vida dedicada a la Orden, sí, pero demasiado próxima a los que no debían guardar los tres votos. Aunque siempre mostrando la moderación propia de su cargo, no podría evitar asistir a los banquetes, torneos y recepciones propias de los nobles laicos con los que, inevitablemente, debía tratar.

El Landmeister, y el mío favorito es del de Prusia, nunca salía de su territorio. Allí estaba, y estaría hasta su muerte, su vida. Era él el que daba las órdenes de inicio de las expediciones invernales de depredación, las terribles Winterreise, la “guerra brutal en las ciénagas y bosques” con temperaturas medias de 15ºC bajo cero y tan sólo 6 horas de luz solar aprovechables. Eran ellos los que se enfrentaban, con un ejército, en el mejor de los casos, de apenas 2500 hombres esparcidos entre esas ciénagas y bosques, contra una población hostil estimada en casi 250.000 paganos. Eran ellos los que consiguieron “crear un Estado propio” para la Orden.


Eran ellos los que debían distribuir tan escasos recursos humanos y materiales disponibles en ese mundo brutalmente hostil, de guerra permanente, sin cuartel, sin más esperanza de paz que la del día del juicio final. Para sus contemporáneos, aquellas tierras eran, en sentido tanto figurado como literal, el fin del mundo. Eran los que debían registrar detalladamente las bajas sufridas en hermanos, en siervos, en caballos, en ganado, en grano o en fuertes destruidos para poder suplicar al Hochmeister el envío inmediato de refuerzos, dinero, suministros, aliados, armas…algo que no siempre llegaba, y cuando lo hacía, nunca en las cantidades necesarias.

Compartían en buena medida los rigores de los tres votos con el común de los hermanos, aunque gozaban de privilegios, por supuesto. Eran la cabeza la de línea de mando territorial, de modo que eran quienes hacían obedecer a los demás hermanos. El Hochmeister siempre estaba lejos, demasiado lejos, para ejercer su mando directo. A todos los efectos el Landmeister era el Hochmeister en su demarcación. Y quien no lo aceptase siempre podía irse a Roma, Venecia o Lübeck para quejarse en persona ante el Gran Maestre, pero eso requería previamente un permiso especial del Landmeister. En cuanto a la pobreza, sus privilegios eran más psicológicos que reales. Podían comer carne una vez al mes, mientras que los hermanos sólo tres veces al año, así como tenían derecho a una celda individual en la fortaleza sede. Pero era en el voto de celibato en el que no había ningún privilegio posible. En un mundo sin mujeres (pues las paganas no son mujeres), no hay más que tres opciones: solicitar ser enviado a más patrullas, la audición atenta durante el silencio en el refectorio de la lectura de los milagros de Nuestra Señora la Vírgen María a los hermanos heridos, o bien la sodomía, castigada con la expulsión inmediata de la Orden. Se conocen los nombres de todos los Hochmeister de la Orden, pero ni mucho menos los de todos los Landmeister.

Y al final, todo eso ¿para qué? ¿Para formar parte de algo mayor que tú que te será reconocido y gratificado en otro tiempo y otro lugar que no verás ni saborearás? Todo eso esfuerzo sobrehumano, inhumano…y estéril, en el sentido figurado y literal de la palabra, ¿compensa?

Esas mismas preguntas me las hago yo cada día, como, pienso, deberían hacerse ellos, más de una vez. Por eso soy Landmeister.

miércoles, 24 de diciembre de 2008

Por qué soy Landmeister. Segunda parte.

En primer lugar, quisiera desear una buenas fiestas navideñas a todos los lectores de este blog. Ahora ya podemos volver a lo importante.

Brevemente, dentro de la estructura jerárquica de la Orden, destacaban dos figuras, la del Gran Maestre (Hochmeister) y la del Maestre Provincial (Landmeister). El primero era la cabeza visible de la Orden y su máximo responsable político y militar. El segundo era su representante plenipotenciario con base territorial. Había un Landmeister en cada escenario de actuación de la Orden. Durante el siglo XIII llegó a haber hasta 4 Landmeister, en Prusia, Livonia, Alemania y Palestina. Esta cifra fue disminuyendo con el paso del tiempo y la evolución interna de la Orden en sentido de ir concentrando todo el poder territorial en manos del Hochmeister.

¿Cuáles fueron los elementos de la historia de la Orden que mi mente adolescente identificó como propios? Básicamente los relativos a los tres votos que todo nuevo miembro juraba ante el Hochmeister.

Obediencia
Este fue el primero que más me llamó la atención. A diferencia de lo que todos sabemos sobre los nobles europeos occidentales, los teutónicos basaban buena parte de su éxito en su disciplina rigurosa, basada en la obediencia monacal. Un ejército obediente, alejado de los egos desbocados de nobles ansiosos de ganar gloria en combate a expensas de la victoria del ejército, es un ejército victorioso. Desastres como Nicópolis o Poitiers eran impensables en Prusia.

Como es fácil de suponer, posteriormente he constatado que la historia militar de la Orden no ha escapado a ese destino inevitable del comportamiento humano, si bien es cierto que no fue tan habitual como en el resto de la Europa medieval precisamente por su carácter fuertemente jerarquizado sin vínculos dinásticos ni, prácticamente, familiares, como sí era la norma general en la época.

Yo era muy obediente. Nunca desobedecía. Siempre hacía lo que se me decía. Estudiaba mucho y hacía los deberes, cuya recompensa era sacar buenas notas. Nunca hice una travesura que hiciera avergonzar a mis padres, siempre volvía a casa antes de la hora máxima permitida y jamás transgredí la ley. Sólo en una ocasión me atreví a robar una foto de Maria en el Corte Inglés, con tan poca fortuna (es decir, experiencia) que me pillaron y me “ficharon”. Años después, cuando eché una solicitud para trabajar allí, no supe por qué fui el único al que rechazaron de 130 aspirantes hasta que recordé el suceso.

Ser obediente me hacía sentir como uno de ellos.

Pobreza
Aunque las propiedades de la Orden eran más que considerables en su momento de máximo poder, los hermanos, en teoría, no podían poseer nada. Según los Estatutos, ni siquiera el caballo y la espada eran propiedad del hermano que loe empleaba, sino que sólo era su usufructuario. Evidentemente, esta regla no fue generalizada ni estrictamente seguida a lo largo de su historia. Aun así, el uso de un sencillo hábito blanco con la cruz potenzada de sable cosida en su costado como único distintivo me resultaba una imagen muy atractiva. Nuevamente era la antítesis de los nobles contemporáneos, distinguibles por sus escudos de armas y blasones llamativos y coloridos.

Yo, más que ser pobre, concepto extraordinariamente relativo, me sentía pobre. Y era precisamente el atuendo uno de los aspectos que más potenciaban esa sensación. Mientras que mi madre me compraba la mayoría de ropa en mercadillos de gitanos (el equivalente a lo que hoy en día serían tiendas de chinos), mis compañeros de clase, vecinos y amigos disponían (al menos así lo veía) de blasones llamativos y coloridos mientras yo debía conformarme con un hábito. Las comparaciones podrían extenderse sin límite. Ellos podían ir de fin de semana con sus padres a cualquier lugar interesante en coche mientras yo debía estarme en casa estudiando o jugando con mi hermano. Ellos podían permitirse los primeros y (por entonces) novedosos videojuegos mientras yo debía conformarme con mis clicks de famobil (por cierto, llegué a tener dos castillos medievales con su guarnición, como correspondía a un incipiente medievalista). En definitiva, mi riqueza era espiritual, como la de la Orden. Mi recompensa, por tanto, era de tipo espiritual, como la de la Orden.

Nuevamente, ser pobre me hacía sentir como uno de ellos.

Celibato
Pero, sin duda, fue el voto celibato el que hizo identificarme con los teutónicos. Renunciar a toda mujer para asegurarse así la salvación eterna el día de la victoria final era el leitmotiv alrededor del cual basaba mi fascinación alrededor de la Orden. La única diferencia clara en este caso era que yo NO quería ser célibe (como mi Maria fotográfica hubiera podido certificar), pero la obediencia a mis padres y la pobreza, juntamente con una timidez enfermiza y una aversión casi patológica hacia el deporte que no favorecía en nada mi físico, me esclavizaban con un celibato asfixiante en plena tempestad hormonal.

Con este contexto general, supongo que ya comienza a vislumbrarse por qué mi interés por la Orden, pero queda por responder una pregunta. ¿Por qué elegir ser un Landmeister, pudiendo ser el Hochmeister?

sábado, 20 de diciembre de 2008

Por qué soy Landmeister. Primera parte.

A medida que voy añadiendo entradas en el blog, crece el placer que me produce llenarlo de contenido. Aunque suene a tópico cinematográfico, no entiendo cómo he podido vivir tanto tiempo sin haberlo hecho. Llegados a este punto en el que ya lo veo consolidado y con un público fiel, aunque limitado, creo que ha llegado el momento de dar el paso definitivo hacia el objetivo último, real y, hasta hoy, oculto del mismo: usarlo como confesionario público.

Poder explicar cuanto me pasa por la cabeza desde el relativo anonimato de esta plataforma abierta al mundo tiene en mí unos efectos terapéuticos tan inesperados como gratificantes. Así pues, y antes de dar inicio al paréntesis de actividad bloguera propio de las navidades, voy a acabar el año explicando por qué uso el nombre de Landmeister. En definitiva, por qué me identifico con lo que significa Landmeister.

Para ello hay que empezar por el principio, es decir, el momento en el que la tempestad hormonal de la pubertad devastan cuerpo y mente y empujan violentamente a la segunda hacia un rincón sin darle cuartel. Haciendo lo que entonces se conocía como séptimo de EGB, con 13 años, recuerdo haber visto por primera vez en el libro de texto de historia un mapa de la Europa del siglo XIV en el que se distinguía sólo parcialmente la porción meridional de un reino denominado “Orden teutónica”.

Me picó la curiosidad. Era un nombre muy extraño para un reino. Especialmente teniendo en cuenta que todos los demás se llamaban Reino de Polonia, Reino de Francia, Reino de Hungría, etc. Como el cerebro funciona conectando informaciones que inicialmente le resultan irrelevantes pero que conserva en la memoria del disco duro, recordé que había leído algo al respecto en un libro maravillosa que tenía entonces titulado “Caballeros en guerra”, de Andrew McNeil (Ed. Plaza y Janés. 1977). Como indica su nombre, era un libro sobre la historia general, maravillosamente ilustrada, de los caballeros medievales europeos occidentales dirigido a público juvenil. Además de incluir 4 maravillosos juegos de papel en el final, había una brevísima entrada dedicada a los caballeros teutónicos, en la que explicaba que libraron una guerra brutal en las ciénagas y bosques de Prusia hasta crear un estado propio durante tres siglos.

Hago ahora un inciso en forma de flashback. Ahora lamento mucho haberme desecho de ese libro. De alguna manera fue el origen de mi interés desbordante por la Orden. Sí conservo algunas de sus ilustraciones, ya que las recorté para poderlas enganchar en mi carpeta de apuntes. En los ochenta era moda que tu carpeta estuviese forrada con imágenes, y en el instituto todos competíamos para ver quien tenía la más guay. He aquí una de ellas.

Al final no lo hice. Forré la carpeta con imágenes de Maria Whittaker, la que fue mi primer amor platónico. Ello tenía la ventaja evidente de poder hacer creer a mi madre que estaba estudiando mis apuntes de ciencias naturales cuando en realidad aprendía el significado del pecado de Onán. Fui fiel a Maria durante mucho tiempo. No fue hasta años más tarde que conocí a Petra, con lo que me vi obligado a dejarla, pero es otra historia.

La cuestión es que a partir de aquellas dos ideas “guerra brutal en las ciénagas y bosques” para “crear un Estado propio” me cautivaron. Desde entonces buscaba información por doquier para investigar qué era la Orden y cuál su historia. Lógicamente, en los 80 no había Internet ni los medios de búsqueda bibliográfica actuales, con lo que la información que conseguía me llegaba con cuentagotas. Aun así, la imagen que iba desvelándome lo poco que obtenía de aquí y de allá resulto una revelación. Identifiqué un conjunto de elementos comunes entre su historia y la mía que me llevaron a verme a mí mismo como una especie de encarnación individual de la Orden, o al menos de lo que para mí representaba la Orden. A medida que pasaban los años, fui depurando esa imagen con información cada vez más abundante y diversa. No fue hasta que ya tenía más de 25 cuando mi sed conocimiento sobre los caballeros teutónicos estaba casi completamente saciada.

Para entonces, ya adulto desde un punto de vista estrictamente biológico pero no desde el emocional, yo ya me veía como un Landmeister…

martes, 16 de diciembre de 2008

¡Hay otros supervivientes!

Una de las tareas más terribles para el defensor de una fe, especialmente si es la verdadera, es tener que indagar en los foros de otras fes para poder conocer los planes y las intenciones de los paganos y los infieles para con la nuestra. Ha sido de ese modo que he sabido de la existencia de un puñado de supervivientes que juegan a DBMM tras el derrumbamiento del imperio de DBM. Se trata de unos valientes concentrados en el club dragón, de Madrid.

Supongo que muchos de vosotros ya lo conoceréis, pero para aquellos que no sea así, esta es su web:

De momento he contactado directamente con uno de ellos y las noticias que me da no son muy esperanzadoras sobre su futuro. Parece que se hallan completamente rodeados de paganos que intentan hacerles apostatar. Intentaré comunicarme con ellos para reconfortarlos en las esperanza de un futuro mejor. Os mantendré informado al respecto.

sábado, 13 de diciembre de 2008

El alud

Esta ha sido una de las partidas más contradictorias que he jugado últimamente. Por una parte he experimentado el placer de arrollar mediante la fuerza bruta de un alud de warband, mientras que por otra he padecido la amargura de ser arrollado por un alud enemigo, simultáneamente.

Una vez más, mi sempiterno adversario de batallas, Ricardo, ha sido el temible rival al que me he tenido que medir. Helo aquí.

No sé si por suerte o por desgracia, como veréis, en esta ocasión no me he enfrentado a sus feroces falanges experimentales macedónicas, sino a una marea humana normanda de la conquista. Yo, como siempre, con mi prusiano.

Esta es la ficha técnica de la partida.

Puntos: 400
Su ejército: Norman Conquest. Libro 3. (atacante)
Yo: Prussian. Libro 4. (defensor)
Hora de inicio de la batalla: 8:00 (ya es de día)
Condiciones climatológicas: Fuerte viento soplando desde el sudoeste. Como sólo afecta a los arqueros y los elementos de Naval y ninguno de los dos jugamos hoy con ellos, a todos los efectos es un día perfecto para matarse.

Hoy traía una modificación substancial de mi ejército habitual. Como sabía que me enfrentaría a oleadas de Caballeros normandos, decidí substituir todos mis Arqueros por más Warband. En total jugué con 72 elementos (mas dos generales también Wb), en lugar de con los 50 habituales. El máximo que me permite la lista es 76, o sea que me quedé cerca del mismo.

He aquí el despliegue inicial.

Lo que no varié es la distribución de los mandos. Como siempre, había dos grandes masas de infantería y el mando de Caballería con el C-in-C. Como podréis ver, ante mí sólo encontré un mando gigante de infantería y un mando muy grande de Caballeros en columna. La verdad es que quedé un poco decepcionado. Creía que sería un ejército más temible en Caballeros. Lo que más me desorientó fue su distribución en sólo dos mandos. Gané confianza. Me veía ganador, o al menos con bastantes números de ganar. Enfrentar tanta infantería contra mis Wb era casi una provocación, un festín con el que hartarse.

Al analizar lo que tenía ante mí, a mi izquierda había el extremo de su macromando central, compuesto por una mezcla de Blades, Hordas y Psiloi.

En mi centro, más de lo mismo, si bien en segunda fila se hallaba su temible columna de Kn(F) y algunos ligeros. Luego me dio que eran ¡100 puntos en Kn! Una cafrada, vaya. Su orientación hacia mi derecha ya mostraba sus intenciones: rodear el bosque y abalanzarse sobre mi flanco.

Para intentar evitarlo tenía mi débil Caballería a la derecha, acompañada de Psiloi, como en los restantes mandos, ya que había conseguido cerrar bastante el terreno con bosques y marismas.

Los primeros compases de la batalla ya marcaron las tendencias de lo que iba a suceder más tarde. Mi plan era sencillo. Arrojar el alud de Wb contra su mando gigante, arrollarlo y contener a sus Caballeros con las típicas tácticas de la Caballería avanzando y retrocediendo para ganar tiempo.

Y así se inició. Ambos avanzamos nuestros respectivos mandos montados hacia el mismo punto del bosque. Yo para intentar coparlo antes de que se abriese y maniobrase, él justo para intentar evitar eso.

En ese instante llegó la sorpresa. En su primera tirada de PIPs había reservado uno para una marcha de flanco…y obtuvo un 6. Como es fácil de imaginar, el flanco de llegada era el de mi derecha. Todo el plan al carajo. Hasta que no supiese en qué consistía exactamente su marcha de flanco no podía prever nada. Tan sólo preocuparme.

Mientras tanto, mi mando central empezó su marcha firme hacia la línea enemiga.

Mi mando izquierdo hizo lo mismo, pero estaba más fragmentado a causa del terreno. La verdad es que estaba tan cerrado que me fastidió incluso a mí. Debo aprender a modular mejor la cantidad y la clase de terreno que coloco.

Y el horror se hizo realidad. Su marcha de flanco estaba constituida por un mando enorme de Caballería exclusivamente, sin tropas a pié. Ahora ya podía prever la batalla. Mi mando de Caballería sería aniquilado en cuestión de tiempo ante su alud de Caballeros y la marcha de flanco. Lo pero era que los Bagajes de los demás mandos estaban completamente expuestos y sin posibilidad de ser salvados.

La batalla para mí sólo tenía una salida posible. Aniquilar su mando de infantería y matar tantos elementos de Kn y Cv como pudiera para llegar a la mitad de su moral. Mi Caballería debía morir matando, pero por el momento debía retirarla ante la marea que se avecinaba. Debía intentar concentrarme en la colina de mi retaguardia y aguantar (y matar) el máximo posible.

Vista la situación, ahora mi centro i la izquierda debían luchar contra el tiempo además de contra el enemigo, de modo que los avancé a marchas forzadas. Su línea se limitaba a esperar. Para él estaba claro que debía intentar aguantar con la infantería mientras me aniquilaba mi Caballería y todos los Bagajes. Por ello, tan sólo se limitaba a concentrar líneas traseras de Blades en reserva en su punto más vulnerable, el espacio entre el bosque y la marisma.

Las marchas me obligaron a romper completamente el mando izquierdo. Decidí que los rezagados llegasen cuando pudiesen. Ahora la prioridad era entrar en combate a cualquier precio.

El azar quiso que no dispusiese de órdenes suficientes para avanzar al máximo su oleada de montados. Aun así, iba avanzando firmemente hacia mí. Yo, una vez me hube retirado hasta la colina, decidí sacrificar mi Bagaje enviar un voluntario a ganar uno o dos turnos antes de que sus Caballeros alcanzasen el flanco de mi infantería central.

A partir del siguiente turno empezaría a ocupar una posición defensiva en lo alto de la colina…y a rezar.

Así lo hice. Giré la columna de Caballería y comencé a desplegar los Psiloi en lo alto de la cresta. El resto dependía de los dados.

En el centro la carrera hacia el impacto era tan desesperada que tuve que romper el bloque a causa de la presencia de la marisma y el bosque. Me daba cuenta de lo erróneo de haber colocado tanto terreno difícil. Mi frente de impacto quedaba muy reducido y, lo que es peor, expuesto a sus ataques de flanco. También envié un par más de voluntarios para entretener a los Caballeros con unos entremeses antes de entrar a comerse el plato principal de mi infantería por retaguardia.

En mi izquierda, ya estaba a punto de llegar. Aquí la fragmentación era mucho menor, pero aun necesitaba otro turno para llegar.

Se dio un curioso fenómeno en el ala derecha a partir de ese momento. Ambos obteníamos tiradas de PIPs bajas o muy bajas, cosa que nos impedía ejecutar nuestros planes respectivos de forma especialmente frustrante. Él podía avanzar muy poco y yo no acababa de cubrir la colina. Eso me favorecía inicialmente, ya que me daba el tiempo que tanto necesitaba desesperadamente, pero a medio plazo era fatal, ya que me vería flanqueado de forma inevitable, con lo que no podría más que esperar milagros en cada combate.

El primer impacto en el centro, como era previsible, fue irrelevante. El siguiente turno conseguí llegar con los Psiloi contra los suyos. No me gusta ese tipo de enfrentamientos. Son una lotería. Igual puedes ganar que perder, pero la situación no estaba para remilgos. Tenía que causar el máximo de bajas con todo lo que tuviese al alcance. Por otra parte, para intentar ganar otro turno más, resitué a los voluntarios en el bosque para atraer a los Caballeros hacia su interior. Había que evitar que llegasen a atacarme por retaguardia a cualquier precio.

En mi izquierda las cosas fueron mejor. El bloque llegó en mejores condiciones y eso se notó. Con un poco de suerte, en este lado de la batalla podría hacer mucha mella. Aquí mi masa de Wb sí disponía de espacio suficiente para impactar en bloque.

Efectivamente, conseguí abrir una brecha aceptable en su primera línea. Ahora tenía que aguantar su embestida de la segunda mientras continuaban avanzando los rezagados. En cambio, todos mis Psiloi fueron rechazados. Al menos no murió ninguno.

En el centro el éxito fue menor, pero éxito al fin y al cabo. Conseguí romper su primera línea y mis flancos ya no estaban tan expuestos. El resto de rezagados llegarían en breve. Necesitaba más tiempo.

Finalmente comenzaron los combates en el ala derecha. Su general en persona se dedicó a saquear mi Bagaje. Las demás Caballerías avanzaron y comenzaron a cargar contra mis Psiloi. No me había dado tiempo (por falta de órdenes) a ocupar la colina con garantías. Ya era tarde para eso. Ahora dependía de la suerte de los combates de que él cometiera errores.

Finalmente llegaron la mayor parte los rezagados del mando central al combate. Mis Pisloi ya habían sufrido algunas bajas, pero aun así también los arrojé hacia el enemigo.

Como era previsible, el avanzó la segunda fila en mi ala izquierda, a lo que se unió la llegada de la mayoría también de mis rezagados. Mi alud había alcanzado finalmente al muro que intentaba contenerlo.

Su alud, en cambio, gracias a la providencial escasez de órdenes, no acababa de materializarse. Continuaba avanzando con los Caballeros y cargaba donde podía, pero eran ataques individuales que me regalaban un tiempo precioso. Incluso pude atacar una de sus Caballería por la retaguardia, que fue destruida. Primera baja enemiga en un mar de enemigos. Su general, mientras, se estaba saciando de saqueo en mi Bagaje.

Y entonces…el éxtasis. Mi ala izquierda aniquiló a la práctica totalidad de sus oponentes. El extremo derecho de su mando de infantería se había volatilizado. Como ya he dicho en otras ocasiones, ante este espectáculo de adrenalina y testosterona combinadas ya no me importa si pierdo o gano la batalla. He conseguido lo que busco cuando vengo al club, autoafirmarme como hombre.

En compensación, perdí un Psiloi.

En el centro los efectos fueron mucho más decepcionantes. El bloque de impacto inicial consiguió otra victoria puntual, pero no significativa. La mayoría de mis ataques fueron rechazados. Estaba claro que tanta fragmentación, ofreciendo muchos sobrelapamientos, me estaba pasando factura.

Mientras, mi ala derecha ya estaba muy tocada. El Bagaje había sido saqueado y los Psiloi aniquilados. Aun así, su Caballería no podía acabar de arrojarse contra la mía. Su Caballeros, por otra parte habían dado buena cuenta de los voluntarios que había enviado para detenerlos y ahora se dirigían hacia mi Caballería. Esa era una relativa buena noticia. Concentrando sus dos mandos montados contra el mío de Caballería se alejaba de la retaguardia de mis Wb en el centro, pero aseguraba la captura de los demás Bagajes y su posicionamiento ventajoso a largo plazo.

Rezaba para que la destrucción de su infantería y las bajas en este lado (conseguí destruirle un Caballero) serían suficientes para ganar.

Bastó una nueva embestida con los Wb del centro para conseguir romper su mando de infantería.

Y el temido resultado se hizo realidad. Sumando la moral del mando roto más la de las escasas bajas causadas en sus montados, no había alcanzado la mitad que da la victoria. Estaba a un único elemento de moral para perder. Era difícil pero factible, así que comencé a enviar más elementos sueltos hacia sus Caballeros, pero no es nada fácil ir girando elementos de Wb individualmente mientras tu masa principal está orientada en la dirección opuesta. Ricardo, muy inteligentemente, jugaba sin Bagajes, con lo que tenía que matarle una tropa más para conseguirlo.

El curso de la batalla no parecía alterarle en absoluto. Estando a un elemento de la derrota continuó con su temple habitual y decidió realinear sus Caballería y continuar avanzando los Caballeros. Si enorme movilidad le daba una ventaja táctica más que evidente. Me sería muy difícil eliminar ese elemento final. A su vez, él cargaba cuando podía y me iba eliminando uno a uno los elementos de refuerzo que iba enviándole.

Llegados a ese punto contemplé algo que sólo había imaginado cuando leí el reglamento por primera vez. Un grupo impetuoso al que no puedes detener, sigue avanzando para alejarse de su base de la mesa inicial hasta que llega a la base del oponente. Entonces, dejan de estar impetuoso. Y eso era lo que me estaba pasando a mí.

En mi izquierda, todos los PIPs eran dedicados a girar y “avanzar” de vuelta a los Psiloi, con lo que los Wb se alejaban más y más al tener que dejarlos impetuosos.

En el centro era peor, ya que estaba más disgregado y me costaba más enviar refuerzos. Debía enfrentarme a Caballeros con dos o tres elementos sueltos mientras el resto de infantería se iba a comprobar que, efectivamente, la Tierra es plana y al final de la misma hay un abismo muy grande.

Esos elementos individuales era presas fáciles para los caballeros, que se los iban zampando uno tras otro. Sólo un milagro de dados podría darme la victoria.

Ricardo, mientras tanto, seguía avanzando su columna de Caballeros hacia mí Caballería, mantenía en espera a la suya y se iba comiendo mis “refuerzos” sin contemplaciones.

Hasta que la imagen antes citada se hizo realidad, 36.000 hombres mirando como sus antiguos oponentes huyen despavoridos mientras en la retaguardia la masacre era inevitable. ¡Al menos ahora ya no podían alejarse más de la batalla real! :(.

Y efectivamente la masacre se materializó. Finalmente su Caballería se abalanzó sobra la mía, ya desmotivada, sin piedad. Su columna de Caballeros ya estaba al alcance de mis montados, y con ello más cerca del Bagaje del mando central.

Su alud fue tan fulminante como el mío. Mando exterminado en un solo turno, con sólo dos elementos supervivientes.

Además, había eliminado los escasos refuerzos que había enviado en busca del elemento de la victoria. Pude girar algunos más, pero estaba claro que su destino no sería mucho mejor.

Llegados a este punto, se imponía una reflexión profunda. Pese a estar a un solo elemento de la derrota, su posición táctica y estratégica eran tan abrumadoramente superiores que no veía nada clara la victoria. Comiéndose el Bagaje de mi mando central, lo dejaba desmotivado. Una cuantas bajas más (fáciles de conseguir, por otra parte, con tanta tropa montada por su parte y ninguna en la mía) y me rompería el mando, con lo que el ganador sería él.

Era el momento de estrecharle la mano y dejarlo en unas tablas. Él no tardó en aceptar, de modo que pudimos dedicarnos a especular qué hubiera pasado. La verdad es que yo no lo veía nada, nada claro. Aprendí que tanta Wb no es necesariamente una buena idea. Y si no decídselo a ellos, mirando la puesta de sol mientras su comandante en jefe era descuartizado por las lanzas normandas.

En fin, una de esas partidas en las que sonríes al final mientras piensas…¡glups!

martes, 9 de diciembre de 2008

El milagro de la palabra

Como ya os hice saber, el sábado pasado participé en las jornadas de Ayudar Jugando celebradas en el Casinet d’Hostafrancs. Resumiré mis sensaciones vividas en una sola frase: hacer el bien es maravilloso.

Estuve un total de 8 horas y media. Cuatro de ellas por la mañana y el resto por la tarde. El ambiente era de fábula. Las tres imágenes que siguen muestran, en panorámica, el lleno total que hubo.



Aunque muy a ojo, pude contar un total de 26 mesas distintas dedicadas a los juegos más diversos y variopintos. Hasta daban premios a los participantes en algunos de ellos.

Un nido de idólatras, lo sé. Pero para eso había ido yo, para iluminar a todas aquellas almas esclavizadas por el pánico de sus falsas creencias. Esta fue la mesa que me asignaron a mí.

De inmediato, coloqué los mensajes destinados a hacer llegar la buena nueva en aquella tierra de descreídos.

Lo importante era que la palabra fuese fácilmente distinguible para cualquiera dispuesto a escucharla.

El éxito, en mi modesta opinión, fue sencillamente apabullante. Un total de 6 personas se interesaron de forma directa en DBMM, es decir, que jugaron la demo. Cuatro por la mañana y dos más por la tarde. A lo que hay que añadir otras tres más que me pidieron información y se interesaron por el blog. Fue maravilloso. Acabé con la voz rota a causa del ruido de fondo (para mí, la única nota negativa del evento), pero la sensación de haber proporcionado la salvación lúdica a unas almas descarriadas es insubstituible.
He aquí un ejemplo. La demo de la mañana con cuatro jugadores entregados.

Y esta otra imagen es la que compensa toda la amargura de la incomprensión de quienes no juegan a miniaturas, toda la desdicha ante el rechazo de quienes anatematizan DBMM, toda la frustración causada por la ausencia de top models interesadas por el juego…La imagen de un novicio absorto en la exégesis de una lista de ejército.

Esto es lo que me da fuerzas para proseguir en mi lucha contra los elementos.

Por otra parte, veo claro que deberíamos potenciar el máximo posible nuestra presencia en eventos como este. La publicidad que se puede llegar a hacer es muy, muy interesante. A lo largo de todo el día pude fijarme que había bastantes visitantes que tomaban fotos con sus cámaras o sus móviles de los carteles anunciantes de la demo, cosa que espero que se traduzca en nuevas visitas al blog y, con ello, más conversos.

Me estoy planteando seriamente estudiar el calendario de eventos similares para el año que viene para ver a cuántos puedo asistir, así como mirar la posibilidad de organizarlos nosotros. Ya os iré informando.

Una última recomendación…salid a evangelizar, como yo he hecho. No hay nada (exceptuando, quizás, una noche sin final con Petra) que pueda ser más placentero.