martes, 30 de diciembre de 2008
Me tomo unos días
Después de haberos abierto mi corazón de par en par durante las últimas 3 entradas, me tomo unos merecidos días de vacaciones. La próxima entrada será ya entrado el próximo año 2009. Tengo planes ambiciosos para el año próximo, y espero poderlos llevar a cabo de la mejor forma posible.
Mientras tanto, gracias por haberme seguido este 2008, que paséis una buena Noche Vieja y feliz 2009.
sábado, 27 de diciembre de 2008
Por qué soy Landmeister. Tercera, y última, parte.
Cuando tienes quince años y buscas modelos de referencia con los que identificarte, haces extrañas elecciones. Yo escogí a los Hermanos la Domus Hospitalis Sactæ Mariæ Teutonicorum, nombre oficial de la Orden. Mi vida era como la suya. Una gran capacidad de sacrificio, con un destino superior en un futuro de naturaleza casi mítica…pero en el fondo estéril. Por eso me gusta la Orden todavía hoy. Pienso que la historia de la Orden podría ser aprovechada a bastamente por una literatura de visión psicológica. A lo mejor algún día lo hago yo.
Ya para acabar, ¿por qué un simple Landmeister y no el Hochmeister? La respuesta está en sus funciones. El Hochmeister del siglo XIII (en mi opinión el más interesante de la Orden) debía ser un político nato en mayor medida que un líder cruzado. Era quien debía intermediar entre el Papa y el Emperador. Era quien debía estar haciendo complejos y delicados equilibrios diplomáticos entre Polonia, Lituania, el Imperio, Dinamarca, la Liga Hanseática, la corte Papal y tantos otros contendientes de la geoestrategia internacional. Debía viajar de corte en corte para recabar apoyos políticos, reclutar nuevos cruzados, solicitar favores…o devolverlos. Una vida dedicada a la Orden, sí, pero demasiado próxima a los que no debían guardar los tres votos. Aunque siempre mostrando la moderación propia de su cargo, no podría evitar asistir a los banquetes, torneos y recepciones propias de los nobles laicos con los que, inevitablemente, debía tratar.
El Landmeister, y el mío favorito es del de Prusia, nunca salía de su territorio. Allí estaba, y estaría hasta su muerte, su vida. Era él el que daba las órdenes de inicio de las expediciones invernales de depredación, las terribles Winterreise, la “guerra brutal en las ciénagas y bosques” con temperaturas medias de 15ºC bajo cero y tan sólo 6 horas de luz solar aprovechables. Eran ellos los que se enfrentaban, con un ejército, en el mejor de los casos, de apenas 2500 hombres esparcidos entre esas ciénagas y bosques, contra una población hostil estimada en casi 250.000 paganos. Eran ellos los que consiguieron “crear un Estado propio” para la Orden.

Compartían en buena medida los rigores de los tres votos con el común de los hermanos, aunque gozaban de privilegios, por supuesto. Eran la cabeza la de línea de mando territorial, de modo que eran quienes hacían obedecer a los demás hermanos. El Hochmeister siempre estaba lejos, demasiado lejos, para ejercer su mando directo. A todos los efectos el Landmeister era el Hochmeister en su demarcación. Y quien no lo aceptase siempre podía irse a Roma, Venecia o Lübeck para quejarse en persona ante el Gran Maestre, pero eso requería previamente un permiso especial del Landmeister. En cuanto a la pobreza, sus privilegios eran más psicológicos que reales. Podían comer carne una vez al mes, mientras que los hermanos sólo tres veces al año, así como tenían derecho a una celda individual en la fortaleza sede. Pero era en el voto de celibato en el que no había ningún privilegio posible. En un mundo sin mujeres (pues las paganas no son mujeres), no hay más que tres opciones: solicitar ser enviado a más patrullas, la audición atenta durante el silencio en el refectorio de la lectura de los milagros de Nuestra Señora la Vírgen María a los hermanos heridos, o bien la sodomía, castigada con la expulsión inmediata de la Orden. Se conocen los nombres de todos los Hochmeister de la Orden, pero ni mucho menos los de todos los Landmeister.
Y al final, todo eso ¿para qué? ¿Para formar parte de algo mayor que tú que te será reconocido y gratificado en otro tiempo y otro lugar que no verás ni saborearás? Todo eso esfuerzo sobrehumano, inhumano…y estéril, en el sentido figurado y literal de la palabra, ¿compensa?
Esas mismas preguntas me las hago yo cada día, como, pienso, deberían hacerse ellos, más de una vez. Por eso soy Landmeister.

miércoles, 24 de diciembre de 2008
Por qué soy Landmeister. Segunda parte.
Brevemente, dentro de la estructura jerárquica de la Orden, destacaban dos figuras, la del Gran Maestre (Hochmeister) y la del Maestre Provincial (Landmeister). El primero era la cabeza visible de la Orden y su máximo responsable político y militar. El segundo era su representante plenipotenciario con base territorial. Había un Landmeister en cada escenario de actuación de la Orden. Durante el siglo XIII llegó a haber hasta 4 Landmeister, en Prusia, Livonia, Alemania y Palestina. Esta cifra fue disminuyendo con el paso del tiempo y la evolución interna de la Orden en sentido de ir concentrando todo el poder territorial en manos del Hochmeister.
¿Cuáles fueron los elementos de la historia de la Orden que mi mente adolescente identificó como propios? Básicamente los relativos a los tres votos que todo nuevo miembro juraba ante el Hochmeister.
Obediencia
Este fue el primero que más me llamó la atención. A diferencia de lo que todos sabemos sobre los nobles europeos occidentales, los teutónicos basaban buena parte de su éxito en su disciplina rigurosa, basada en la obediencia monacal. Un ejército obediente, alejado de los egos desbocados de nobles ansiosos de ganar gloria en combate a expensas de la victoria del ejército, es un ejército victorioso. Desastres como Nicópolis o Poitiers eran impensables en Prusia.
Como es fácil de suponer, posteriormente he constatado que la historia militar de la Orden no ha escapado a ese destino inevitable del comportamiento humano, si bien es cierto que no fue tan habitual como en el resto de la Europa medieval precisamente por su carácter fuertemente jerarquizado sin vínculos dinásticos ni, prácticamente, familiares, como sí era la norma general en la época.
Yo era muy obediente. Nunca desobedecía. Siempre hacía lo que se me decía. Estudiaba mucho y hacía los deberes, cuya recompensa era sacar buenas notas. Nunca hice una travesura que hiciera avergonzar a mis padres, siempre volvía a casa antes de la hora máxima permitida y jamás transgredí la ley. Sólo en una ocasión me atreví a robar una foto de Maria en el Corte Inglés, con tan poca fortuna (es decir, experiencia) que me pillaron y me “ficharon”. Años después, cuando eché una solicitud para trabajar allí, no supe por qué fui el único al que rechazaron de 130 aspirantes hasta que recordé el suceso.
Ser obediente me hacía sentir como uno de ellos.
Pobreza
Aunque las propiedades de la Orden eran más que considerables en su momento de máximo poder, los hermanos, en teoría, no podían poseer nada. Según los Estatutos, ni siquiera el caballo y la espada eran propiedad del hermano que loe empleaba, sino que sólo era su usufructuario. Evidentemente, esta regla no fue generalizada ni estrictamente seguida a lo largo de su historia. Aun así, el uso de un sencillo hábito blanco con la cruz potenzada de sable cosida en su costado como único distintivo me resultaba una imagen muy atractiva. Nuevamente era la antítesis de los nobles contemporáneos, distinguibles por sus escudos de armas y blasones llamativos y coloridos.
Nuevamente, ser pobre me hacía sentir como uno de ellos.
Celibato
Pero, sin duda, fue el voto celibato el que hizo identificarme con los teutónicos. Renunciar a toda mujer para asegurarse así la salvación eterna el día de la victoria final era el leitmotiv alrededor del cual basaba mi fascinación alrededor de la Orden. La única diferencia clara en este caso era que yo NO quería ser célibe (como mi Maria fotográfica hubiera podido certificar), pero la obediencia a mis padres y la pobreza, juntamente con una timidez enfermiza y una aversión casi patológica hacia el deporte que no favorecía en nada mi físico, me esclavizaban con un celibato asfixiante en plena tempestad hormonal.
Con este contexto general, supongo que ya comienza a vislumbrarse por qué mi interés por la Orden, pero queda por responder una pregunta. ¿Por qué elegir ser un Landmeister, pudiendo ser el Hochmeister?
sábado, 20 de diciembre de 2008
Por qué soy Landmeister. Primera parte.
Poder explicar cuanto me pasa por la cabeza desde el relativo anonimato de esta plataforma abierta al mundo tiene en mí unos efectos terapéuticos tan inesperados como gratificantes. Así pues, y antes de dar inicio al paréntesis de actividad bloguera propio de las navidades, voy a acabar el año explicando por qué uso el nombre de Landmeister. En definitiva, por qué me identifico con lo que significa Landmeister.
Para ello hay que empezar por el principio, es decir, el momento en el que la tempestad hormonal de la pubertad devastan cuerpo y mente y empujan violentamente a la segunda hacia un rincón sin darle cuartel. Haciendo lo que entonces se conocía como séptimo de EGB, con 13 años, recuerdo haber visto por primera vez en el libro de texto de historia un mapa de la Europa del siglo XIV en el que se distinguía sólo parcialmente la porción meridional de un reino denominado “Orden teutónica”.

Hago ahora un inciso en forma de flashback. Ahora lamento mucho haberme desecho de ese libro. De alguna manera fue el origen de mi interés desbordante por la Orden. Sí conservo algunas de sus ilustraciones, ya que las recorté para poderlas enganchar en mi carpeta de apuntes. En los ochenta era moda que tu carpeta estuviese forrada con imágenes, y en el instituto todos competíamos para ver quien tenía la más guay. He aquí una de ellas.
La cuestión es que a partir de aquellas dos ideas “guerra brutal en las ciénagas y bosques” para “crear un Estado propio” me cautivaron. Desde entonces buscaba información por doquier para investigar qué era la Orden y cuál su historia. Lógicamente, en los 80 no había Internet ni los medios de búsqueda bibliográfica actuales, con lo que la información que conseguía me llegaba con cuentagotas. Aun así, la imagen que iba desvelándome lo poco que obtenía de aquí y de allá resulto una revelación. Identifiqué un conjunto de elementos comunes entre su historia y la mía que me llevaron a verme a mí mismo como una especie de encarnación individual de la Orden, o al menos de lo que para mí representaba la Orden. A medida que pasaban los años, fui depurando esa imagen con información cada vez más abundante y diversa. No fue hasta que ya tenía más de 25 cuando mi sed conocimiento sobre los caballeros teutónicos estaba casi completamente saciada.
Para entonces, ya adulto desde un punto de vista estrictamente biológico pero no desde el emocional, yo ya me veía como un Landmeister…
martes, 16 de diciembre de 2008
¡Hay otros supervivientes!
Supongo que muchos de vosotros ya lo conoceréis, pero para aquellos que no sea así, esta es su web:
sábado, 13 de diciembre de 2008
El alud
Una vez más, mi sempiterno adversario de batallas, Ricardo, ha sido el temible rival al que me he tenido que medir. Helo aquí.
Esta es la ficha técnica de la partida.
Puntos: 400
Su ejército: Norman Conquest. Libro 3. (atacante)
Yo: Prussian. Libro 4. (defensor)
Hora de inicio de la batalla: 8:00 (ya es de día)
Condiciones climatológicas: Fuerte viento soplando desde el sudoeste. Como sólo afecta a los arqueros y los elementos de Naval y ninguno de los dos jugamos hoy con ellos, a todos los efectos es un día perfecto para matarse.
Hoy traía una modificación substancial de mi ejército habitual. Como sabía que me enfrentaría a oleadas de Caballeros normandos, decidí substituir todos mis Arqueros por más Warband. En total jugué con 72 elementos (mas dos generales también Wb), en lugar de con los 50 habituales. El máximo que me permite la lista es 76, o sea que me quedé cerca del mismo.
He aquí el despliegue inicial.
Al analizar lo que tenía ante mí, a mi izquierda había el extremo de su macromando central, compuesto por una mezcla de Blades, Hordas y Psiloi.
Y así se inició. Ambos avanzamos nuestros respectivos mandos montados hacia el mismo punto del bosque. Yo para intentar coparlo antes de que se abriese y maniobrase, él justo para intentar evitar eso.
En ese instante llegó la sorpresa. En su primera tirada de PIPs había reservado uno para una marcha de flanco…y obtuvo un 6. Como es fácil de imaginar, el flanco de llegada era el de mi derecha. Todo el plan al carajo. Hasta que no supiese en qué consistía exactamente su marcha de flanco no podía prever nada. Tan sólo preocuparme.
Vista la situación, ahora mi centro i la izquierda debían luchar contra el tiempo además de contra el enemigo, de modo que los avancé a marchas forzadas. Su línea se limitaba a esperar. Para él estaba claro que debía intentar aguantar con la infantería mientras me aniquilaba mi Caballería y todos los Bagajes. Por ello, tan sólo se limitaba a concentrar líneas traseras de Blades en reserva en su punto más vulnerable, el espacio entre el bosque y la marisma.
A partir del siguiente turno empezaría a ocupar una posición defensiva en lo alto de la colina…y a rezar.
En compensación, perdí un Psiloi.
Rezaba para que la destrucción de su infantería y las bajas en este lado (conseguí destruirle un Caballero) serían suficientes para ganar.
El curso de la batalla no parecía alterarle en absoluto. Estando a un elemento de la derrota continuó con su temple habitual y decidió realinear sus Caballería y continuar avanzando los Caballeros. Si enorme movilidad le daba una ventaja táctica más que evidente. Me sería muy difícil eliminar ese elemento final. A su vez, él cargaba cuando podía y me iba eliminando uno a uno los elementos de refuerzo que iba enviándole.
En mi izquierda, todos los PIPs eran dedicados a girar y “avanzar” de vuelta a los Psiloi, con lo que los Wb se alejaban más y más al tener que dejarlos impetuosos.
Ricardo, mientras tanto, seguía avanzando su columna de Caballeros hacia mí Caballería, mantenía en espera a la suya y se iba comiendo mis “refuerzos” sin contemplaciones.
Era el momento de estrecharle la mano y dejarlo en unas tablas. Él no tardó en aceptar, de modo que pudimos dedicarnos a especular qué hubiera pasado. La verdad es que yo no lo veía nada, nada claro. Aprendí que tanta Wb no es necesariamente una buena idea. Y si no decídselo a ellos, mirando la puesta de sol mientras su comandante en jefe era descuartizado por las lanzas normandas.
martes, 9 de diciembre de 2008
El milagro de la palabra
Estuve un total de 8 horas y media. Cuatro de ellas por la mañana y el resto por la tarde. El ambiente era de fábula. Las tres imágenes que siguen muestran, en panorámica, el lleno total que hubo.
Por otra parte, veo claro que deberíamos potenciar el máximo posible nuestra presencia en eventos como este. La publicidad que se puede llegar a hacer es muy, muy interesante. A lo largo de todo el día pude fijarme que había bastantes visitantes que tomaban fotos con sus cámaras o sus móviles de los carteles anunciantes de la demo, cosa que espero que se traduzca en nuevas visitas al blog y, con ello, más conversos.
Me estoy planteando seriamente estudiar el calendario de eventos similares para el año que viene para ver a cuántos puedo asistir, así como mirar la posibilidad de organizarlos nosotros. Ya os iré informando.
Una última recomendación…salid a evangelizar, como yo he hecho. No hay nada (exceptuando, quizás, una noche sin final con Petra) que pueda ser más placentero.